Para el autor, existe una profunda interrelación entre federalismo y democracia. España se ha empeñado en construir un federalismo de arriba abajo (autonomismo) pero, al igual que la democracia, el federalismo solo se comprende como un pacto de abajo arriba.
El federalismo solo es posible allí donde la ciudadanía es capaz de compaginar identidades diversas y convivir con ellas. A diferencia de los nacionalismos, que tienen una impronta excluyente, el federalismo permite a los ciudadanos no tener que elegir entre sus sentimientos identitarios y atribuir esferas diferenciadas de responsabilidad en función de los niveles de gobierno que se hayan establecido:
«No se trata de sentirnos españoles antes que catalanes, vascos, andaluces o gallegos. Tampoco de invertir el orden de preferencias. Ese es el rifirrafe constante de los nacionalismos patrios que, en la mejor tradición de nuestra historia, han castigado durante los últimos treinta y cinco años de democracia la arquitectura jurídica del Estado autonómico. Antes bien, se trata de construir un proyecto político común en el que cada uno pueda sentirse identitariamente cómodo, sin hacer de ese sentimiento una causa política irresistible. La verdadera cuestión consiste en negociar y establecer democráticamente un pacto en el que esas diferencias sean plenamente compatibles con un proyecto político de convivencia compartida».
«Se impone un cambio profundo de mentalidad y comprender que el federalismo, como cultura política que incorpora una dimensión plural a la democracia, comporta añadir a la libertad individual la idea de tolerancia y a la noción de igualdad la de respeto a lo diverso».