PRIMER CAPÍTULO :
La Tierra está, en este mismo instante, fuera de ti, dentro de ti
y también debajo de ti. La Tierra está en todas partes. Solemos
pensar en ella únicamente como el fundamento que hay bajo
nuestros pies, pero lo cierto es que el agua, el mar y el cielo y
todo lo que nos rodea viene de la Tierra. Todo lo que existe,
tanto fuera como dentro de nosotros, procede de la Tierra. Es
fácil soslayar que el planeta en que vivimos nos ha proporcionado
todos los ingredientes que componen nuestro cuerpo.
El agua de nuestra carne, nuestros huesos y todas las células
microscópicas que hay en nuestro interior forman parte de la
Tierra y provienen de ella. La Tierra no es tan solo el entorno
en que vivimos. Nosotros somos la Tierra y siempre la llevamos
con nosotros.
Si entendemos esto, no tendremos dificultades en admitir
que la Tierra está viva. Nosotros somos una manifestación viva
y palpitante de este hermoso y generoso planeta. Y, en el momento
en que nos damos cuenta de ello, nuestra relación con
la Tierra empieza a cambiar, porque ya no la vemos con la mis-
ma indiferencia que antes y empezamos a tratarla con más cuidado.
Entonces nos enamoramos de ella y, cuando nos enamoramos
de alguien o de algo, se desvanece toda separación. En tal
caso hacemos, por la persona amada, todo lo que está en nuestra
mano, lo que nos proporciona mucha alegría y satisfacción.
Esa es la relación que cada uno de nosotros puede establecer
con la Tierra. Esa es la relación que, si queremos sobrevivir,
cada uno de nosotros debe establecer con la Tierra.
La Tierra contiene la totalidad del cosmos
Cuando consideramos que la Tierra no es más que el entorno
que nos rodea, experimentamos la Tierra y a nosotros mismos
como entidades separadas. En tal caso, reducimos el planeta a
algo susceptible de explotar. Pero tenemos que reconocer que,
en última instancia, los seres humanos y el planeta somos lo
mismo. La Tierra es un compuesto de multitud de elementos,
algunos de los cuales (como el sol, las estrellas y todo el universo,
en suma) son de origen no terrestre. Ciertos elementos,
como el carbono, el silicio y el hierro se fraguaron hace mucho
mucho tiempo, en el crisol de lejanas supernovas calentadas
por la luz de remotas estrellas. Cuando miramos una flor, vemos
que está compuesta de elementos muy dispares (por ello
decimos que es un compuesto). Una flor está compuesta de
muchos elementos que no son flor. En una simple flor podemos
advertir la totalidad del universo. Si miramos atentamente una
flor, veremos, en ella, el sol, el suelo, la lluvia… y hasta al
jardinero que la cuidó. Del mismo modo, cuando miramos la
Tierra, advertimos también, en ella, la presencia de todo el
cosmos.
Gran parte de nuestro miedo, odio, ira y de nuestros sentimientos
de separación y alienación se derivan de la idea de
que estamos separados del planeta. Nos consideramos el centro
del universo y nuestro interés se centra casi exclusivamente
en nuestra supervivencia personal. Y, cuando nos preocupamos
por la salud y el bienestar del planeta, lo hacemos de un modo
interesado. Queremos que el aire sea lo suficientemente sano
para poder respirarlo, y queremos que el agua sea lo suficientemente
limpia para poder beberla. Pero no basta, para cambiar
la relación que mantenemos con la Tierra, con limitarnos a emplear
productos reciclados o colaborar económicamente con
grupos ecologistas. Tenemos que cambiar por completo la relación
que mantenemos con la Tierra.
Vemos la Tierra como un objeto inanimado porque nos hemos
alejado de ella. Y también nos hemos alejado de nuestro
cuerpo. Son muchas las horas del día que pasamos sin ser conscientes
de nuestro cuerpo. Estamos tan atrapados en nuestro
trabajo y en nuestros problemas que nos hemos olvidado de que
somos algo más que nuestra mente. Muchas de nuestras enfermedades
se derivan, precisamente, de ese olvido de nuestro
cuerpo. Y también nos hemos olvidado de la Tierra, es decir,
de que la Tierra forma parte de nosotros y de que nosotros formamos
parte de ella. La Tierra y nuestro cuerpo están enfermos
porque los hemos descuidado.
Si contemplamos atentamente una hoja de hierba o un árbol,
veremos que no es mera materia. La hoja y el árbol poseen
su propia inteligencia. Una semilla, por ejemplo, sabe
cómo crecer y convertirse en una planta con hojas, flores y
frutos. Un pino no es solo materia, sino que también posee su
propia inteligencia. Una mota de polvo no es solo materia,
ya que cada uno de sus átomos es una realidad viva que posee
su propia inteligencia.
Este conocimiento de la naturaleza profunda de las cosas se
denomina, en sánscrito, advaita jñana, lo que significa «sabiduría
de la no discriminación». Se trata de una forma de ver
las cosas que va más allá de los conceptos. La ciencia clásica
se basa en la creencia de que, con independencia de la mente,
existe una realidad objetiva. Desde la perspectiva budista, sin
embargo, hay mente y hay objetos mentales y ambos se manifiestan
simultáneamente. Es imposible separarlos. Los objetos
mentales son creados por la mente y el modo en que percibimos
el mundo que nos rodea depende por completo de nuestra
forma de mirarlo.
Si consideramos a la Tierra como un organismo vivo, podremos
curarnos a nosotros y curarla también a ella. Cuando
nuestro cuerpo físico está enfermo, necesitamos hacer un alto,
descansar y prestarle atención. Tenemos que detener nuestro
pensamiento y emplear la inspiración y la espiración para regresar
al hogar de nuestro cuerpo. Cuando veamos nuestro cuerpo
como un milagro, veremos también a la Tierra como un
milagro y empezaremos a cuidar su cuerpo. Cuando volvemos
a nuestro hogar corporal y cuidamos de nosotros, no solo sanamos
nuestro cuerpo y nuestra mente, sino que también contribuimos
a la sanación de la Tierra.
La Tierra es un hermoso planeta; posee muchas formas de
vida, vegetación, sonidos y colores. En el cielo podemos ver la
luz de Venus y de las distantes estrellas. Y, si nos miramos a
nosotros, también podemos ver el milagro de nuestra existencia.
Nuestra mente es la consciencia del cosmos, un cosmos
que ha dado origen a la extraordinaria especie humana. Poderosos
telescopios nos han permitido observar el cosmos en
todo su esplendor y vislumbrar remotas galaxias. Vemos estrellas
cuyas imágenes tardan centenares de millones de años luz
en llegar hasta nosotros. El cosmos resplandeciente y elegante
que vemos es, de hecho, nuestra propia consciencia y no algo
ajeno a ella.
La Tierra es un milagro
Si miras el planeta Tierra, verás que tiene muchas virtudes. La
primera de ellas es su solidez. Puede sostener muchas cosas.
Es estable y constituye un ejemplo de perseverancia, ecuani-
midad y tolerancia ante las muchas calamidades provocadas
por el ser humano.
Su segunda virtud es la creatividad. La Tierra es una fuente
inagotable de creatividad. Ella ha dado origen a especies
muy hermosas, incluidos los seres humanos. Entre nosotros
hay músicos y compositores muy dotados, pero la más extraordinaria
de todas las músicas es la creada por la Tierra.
También hay, entre nosotros, pintores y artistas extraordinarios,
pero la Tierra es la que ha elaborado los paisajes más
hermosos. Si miramos con atención, veremos las muchas maravillas
que pueblan la Tierra. No hay científico que pueda
crear el hermoso pétalo de la flor de un cerezo o la delicadeza
de una orquídea.
La tercera virtud de la Tierra es su no discriminación; y ello
significa que no juzga las cosas. Es mucho el daño que, por
descuido, los seres humanos hemos provocado a la Tierra, pero
no por ello nos castiga. Ella nos da la vida y nos recibe en su
seno cuando morimos.
Si miras profundamente hasta experimentar la conexión que
te une a la Tierra, te embargarán la admiración, el amor y el
respeto. Cuando te das cuenta de que la Tierra no es solo el entorno
que te rodea, te sientes motivado a protegerla como te
proteges a ti mismo. Porque no hay ninguna diferencia entre la
Tierra y tú. Y, en ese tipo de comunión, no cabe la alienación.
Nuestra Madre viva y palpitante
Thomas Lewis es un biólogo estadounidense que escribió La
vida de la célula, un libro que considera a nuestro planeta como
un organismo vivo. Después de reflexionar, Lewis llegó a la
conclusión de que nuestro planeta es un gigantesco organismo
vivo cuyos elementos compositivos se hallan simbióticamente
relacionados. Según él, el milagroso logro de la atmósfera la
convierte en «la membrana más grande del mundo». Lewis se
sorprende de que la Tierra esté viva y de su extraordinaria belleza
y exuberancia en contraste con la aridez de la Luna y de
otros planetas. Según Lewis, la Tierra es un organismo autoorganizado
y autocontenido, «una criatura viva, llena de información
y maravillosamente dotada para manejar la luz del sol».
Nosotros también podemos ver que la Tierra no es un mero
objeto inerte, sino un ser vivo. Ella no es simple materia inanimada.
A menudo llamamos Madre Tierra a nuestro planeta, lo
que nos ayuda a entender su verdadera naturaleza. Y es que, si
bien la Tierra no es una persona, sí que es una madre que ha dado
a luz a millones de especies, incluidos los seres humanos.
La Madre Tierra nos da a luz y nos proporciona las condiciones
necesarias para nuestra supervivencia. A lo largo de
eones ha ido elaborando un entorno que permite el crecimiento
y desarrollo de los seres humanos. Ha creado una atmósfera
protectora, llena de aire que podemos respirar, agua limpia
para beber y abundante alimento para comer. Continuamente
está nutriéndonos y protegiéndonos. Bien podemos considerarla,
pues, como nuestra madre y como la madre de todos los
seres.
Somos hijos de la Tierra, y nuestro planeta es una madre
muy generosa que nos abraza y nos proporciona todo lo que
necesitamos. Y, el día en que dejemos de existir de esta forma,
volveremos de nuevo a la Tierra, nuestra madre, para transformarnos
y poder manifestarnos de nuevo bajo un ropaje diferente.
Pero no pienses que la Madre Tierra está fuera de ti. Porque,
del mismo modo que llevas, en cada una de tus células, la
impronta de la madre biológica que te dio a luz, también puedes
encontrar, en lo más profundo de tu ser, a la Madre Tierra.