Laia Monserrat es psicóloga, psicoterapeuta y asesora de empresas. Lleva 30 años practicando zen y 20 enseñándolo en la línea de K.G. Dürckheim. Colabora en distintos medios en la difusión de la espiritualidad laica y su integración en la vida cotidiana. Es autora de Un cerezo en el balcón.
Introducción
La educación de los niños es algo así como cocinar un pastel. Lo
más importante son los buenos ingredientes, hacerlo con amor y
encontrar la temperatura y el tiempo justo para hornearlo. ¡Vaya!
Un proceso alquímico cuyo resultado se degusta durante toda
una vida y del que no estamos cien por cien seguros de cómo
saldrá del horno.
Podríamos preguntarnos qué ingrediente de la tarta es la espiritualidad.
La harina, la levadura, la leche son esenciales. Todos
los ingredientes aportan. Sumados, son más. Si eligiésemos solo
uno de ellos como característica de nuestro pastel, estaríamos
cometiendo un grave error.
El pastel es pastel después de salir del horno. Cuando acaba el
proceso alquímico, sus ingredientes dejan de ser una lista de productos
para ser un todo, una unidad. Lo que importa a partir de
ese instante ya no son las partes, los componentes que pusimos,
sino el aroma, el sabor, la textura, la sensación en el paladar, la
alegría de compartirlo, la saciedad de nuestra hambre, la sonrisa
de nuestros hijos.
La degustación de la tarta es una experiencia. La espiritualidad
es una experiencia.
La educación en la espiritualidad es enseñar a preservar esta
vivencia sin destrozarla con la mente analítica, tan dada a seguir
fijándose en los ingredientes de la tarta y a perderse el aroma.
¿Espiritualidad?
Hay muchos tipos de moldes para tarta: redondos, largos, en
forma de corazón o de pez, con revestimiento antiadherente,
pequeños, medianos o grandes. Cada recipiente moldea la masa
y define su forma. De la misma manera, cada persona ha nacido
en una determinada sociedad, en una determinada familia con
determinadas tradiciones en lo que se refiere al horneado de
tartas. Cada persona ha sido educada en un cierto tipo de molde
definido por la tradición espiritual a la que su familia pertenece.
Cada religión es un tipo de molde que da forma a la experiencia
espiritual. Llegados aquí es necesario ver cuál es la distinción
entre religión y espiritualidad.
La espiritualidad es un sentimiento íntimo de pertenencia a
algo más grande, inmenso y profundo.
Nos proporciona una experiencia de Unidad, de Plenitud y de
Fuerza difícil de describir con palabras, ya que forma parte del
dominio de lo totalmente subjetivo.
Al mismo tiempo, aunque subjetivo, es un nexo de unión entre
nuestros semejantes y entre todos los seres existentes. Es patrimonio
de todo ser humano por el simple hecho de serlo. La
educación y la cultura moldean dicho sentir espiritual y favorecen
su expresión en el día a día, o bien nos alejan de él.
La vivencia espiritual puede comportar diversos grados. Hay personas
que la viven como un suave calor y otras como una hoguera
que las consume. Para muchas personas dicha vivencia es difícil
de mantener en el día a día, ya que las ocupaciones cotidianas
les alejan de la conexión con esa parte profunda de sí mismos
que favorece la experiencia.
La espiritualidad se expresa en ética de comportamiento para
con nuestros semejantes y con el entorno. Las personas que
viven en contacto con este sentir tienen un código de actuación
que favorece el respeto a los demás y las acciones de solidaridad.
También suele haber una sensibilidad hacia la naturaleza, el
entorno y la vida ecológica.
La religión o, mejor dicho, las religiones son las normas, rituales
y preceptos que buscan tradicionalmente dar acceso y modular
la vivencia espiritual. Dan explicaciones sobre el sentido de la
vida y de la existencia en un supuesto más allá. Se transmiten
social y familiarmente desde hace siglos.
La historia de las religiones es antigua como la humanidad.
Muchos estudiosos del tema creen que el primer sentido de la
religión fue el de estructurar la realidad, percibida como algo
sumamente complejo y caótico. Según el conocimiento que se
tiene en la actualidad, los primeros indicios religiosos se remontan
a Mesopotamia. Las ciudades zigurats se hacían a imagen y
semejanza de las ciudades celestes y favorecían el diálogo con
los dioses. Los rituales cíclicos estructuraban el año y hacían que
las personas se sintieran unificadas con algo que les trascendía
tanto a ellas como a sus dioses: los ritmos de la naturaleza.
En todas las religiones encontramos personas especialmente
relevantes, fundadores, profetas, maestros, místicos, que tenían
una vivencia espiritual muy intensa, una percepción directa de
Dios o de lo profundamente espiritual. Ellos o sus discípulos serán
quienes formulen los preceptos y den las indicaciones para
ayudar a los demás a tener una experiencia de la Trascendencia
como la suya y para dar a conocer esa experiencia profunda. Las
enseñanzas religiosas transmiten la historia, el cómo pasó y también
las vías para renovar el contacto con lo espiritual. En todas
las religiones hay una serie de textos básicos, textos sagrados,
que recogen dichas enseñanzas primeras.
Las religiones tienen personas formadas, conocedores en profundidad
de dichos textos, de sus interpretaciones y de todos los
rituales, doctrinas y dogmas que se han ido creando alrededor
del origen de la misma y a lo largo de su historia. Además de
conservar y estudiar los textos, estas personas actúan como intermediarias
y facilitadoras entre los fieles y lo divino. Es a ellas
a quien tradicionalmente se pedía consejo, se confiaba en los
momentos difíciles, se escuchaba en los actos rituales y se observaba
como ejemplo. Una parte de estas personas se dedicaba
de forma continua a «dialogar» con la divinidad para intermediar
por el buen funcionamiento del mundo, recluyéndose en muchos
casos en lugares fuera del mundo cotidiano.
La historia de las religiones y de la espiritualidad nos muestra
que cada una de las religiones que hoy conocemos es fruto de
numerosos cambios, simbiosis y adaptaciones de todo tipo.
Hoy en día en Occidente vivimos un momento profundamente
cambiante. Nos enfrentamos a un nuevo reto respecto a la vivencia
de la espiritualidad y de la práctica religiosa. Las experiencias
personales van desde la búsqueda espiritual en fórmulas
orientales u orientalistas hasta las posiciones de contemplación
y vida ecológica. Hay quien une las tradiciones cristianas con
las budistas. También hay quien encuentra un nuevo sentido a
las prácticas religiosas católicas.
Para cada vez un mayor número de personas, el propio sentir y
las prácticas navegan entre diferentes técnicas y métodos que
no constituyen una enseñanza dogmática o estructurada, sino
que conforman un compendio variopinto de experiencias y
metodologías.
La transmisión de la espiritualidad
En tanto que padres y madres, surgen algunas cuestiones cuando
nos planteamos cómo compartir la espiritualidad de forma
consciente con nuestros hijos.
En el año 2012 creé un cuestionario sobre la forma en la que se ha
recibido la transmisión espiritual y la manera en la que se transmite
dicha espiritualidad, en el seno de la familia y en el entorno
social. Participaron cuarenta y ocho personas de mi entorno. Me
interesaba conocer más a fondo cómo habían vivido, en tanto que
hijos, alumnos y también como padres, madres o educadores,
esa transmisión espiritual. A aquellos que aún no eran padres ni
madres, les preguntaba cómo les gustaría hacerlo.
Una gran parte de los participantes eran laicos. La mayoría (un
88%) católicos no practicantes, algunos eran católicos practicantes
(6%), otros judíos no practicantes (4%) y otros musulmanes no
practicantes (2%). La muestra resulta incompleta, por supuesto,
pero me sirvió para varios de mis propósitos y para animarme a
seguir preguntando a mi alrededor, aunque de una manera más
informal.
En primer lugar, me sirvió para comprender que era un tema que
interesaba especialmente, aunque la mayor parte de la gente no
se había puesto a pensar en ello de forma espontánea. Resultó
sumamente agradable ver cómo el recordar este tipo de experiencias
en la infancia, y el reflexionar de cara a una transmisión
a los hijos, favorecía ciertos comentarios reveladores y muy íntimos
que se me hacían con toda la naturalidad, más allá de las
preguntas previstas. Era un tema que tocaba algo profundo en
cada una de las personas.
Otra evidencia, que corroboraba lo que ya había estado constatando
con anterioridad era que la generación de mi muestra
que ya tenía hijos y no era practicante vivía de forma confusa el
cómo realizar una transmisión espiritual a los niños, ya fuesen
hijos o alumnos.
Era evidente que aquellas personas que habían recibido una
educación religiosa de sus padres y familiares, o en la escuela
(pues muchos hablaban más de la impronta que en dicho sentido
les dejó el medio escolar), tenían tendencia a desear otro modo
de transmisión para sus hijos y también otros contenidos. Ellos
habían hecho un largo recorrido para encontrarse con la espiritualidad
«de otra manera» y si algo deseaban era transmitir lo
que habían encontrado por sí mismos.
Las pocas personas que participaron y que eran practicantes,
tenían muy claro el cómo y el qué transmitir a sus hijos y alumnos
(alguno de ellos había ejercido la docencia). Ellos sí eran conscientes
de la importancia de la transmisión espiritual.
He seguido hablando de este tema con todas las personas disponibles
a mi alrededor y el presente libro trata de las reflexiones e
ideas que estas conversaciones han generado.
En términos generales, puedo decir que cuando la vivencia
espiritual se enmarca en el molde de una religión tradicional,
se sabe muy bien cómo transmitir esas creencias a los hijos. La
transmisión se realiza desde hace siglos a través de unas herramientas,
preceptos, rituales y textos sólidamente establecidos.
Sin embargo, si se pertenece a este cada vez más numeroso grupo
de personas que viven una espiritualidad ya sea atea o creyente,
no sujeta a ninguna de las religiones tradicionales, la transmisión
espiritual se vuelve más confusa. Muchas veces los padres se
muestran dudosos ante la transmisión que deben realizar hacia
sus hijos. Se rechazan las formas provenientes de la tradición,
pero no se encuentra ningún sustituto.
Unas veces simplemente no se plantean la cuestión, dando por
hecho que los pequeños captarán su sentir y de mayores ya vivirán
como quieran la espiritualidad.
En otras ocasiones, como padres y madres que desearían realizar
una transmisión más activa, se sienten perdidos y desconcertados
ante el qué y el cómo realizarlo.
Utilizando una imagen clásica, podemos decir que hoy en día la
espiritualidad desborda de los cauces de los grandes ríos que son
las religiones establecidas. Este desbordamiento, aparentemente
caótico, es incontrolable. Lo que observamos es que resulta muy
fecundo al estar dando un nuevo sentido a la espiritualidad. Sirve
para recuperar la experiencia básica, que había quedado alejada
de las personas.
Aun así, es necesario realizar un esfuerzo para comprender cuál
es el entramado de ideas que configuran las creencias personales.
Para ello se tiene que buscar si hay puntos en los que se corre
el riesgo del dogmatismo, es decir, de no aceptar que ciertas
ideas puedan ser erróneas, ni querer someterlas al contraste de
la razón y la experiencia. El hecho de alejarse de la tradición o
de vivir experiencias místicas no significa haber alcanzado una
verdad absoluta de ningún tipo. Tenemos que comprender que
los patrones educacionales y sociales actúan a niveles muy profundos,
y desactivarlos o hacerlos evolucionar positivamente es
un largo camino de toma de consciencia que se debe realizar de
forma personal y social.
En este libro buscamos pistas para una educación en la espiritualidad
natural. Partimos de la idea de que la espiritualidad es
innata al ser humano, es una experiencia de base. Los niños viven
en esta experiencia de unidad primordial sin ser conscientes de
ello. Los adultos tenemos la oportunidad de acompañarles en su
proceso de toma de conciencia, sin que esto suponga una ruptura
y un alejamiento de esta espiritualidad natural.
Compartir con nuestros hijos la experiencia espiritual y ayudarles
a preservar el nexo de unión con su parte más profunda es
imprescindible, tanto de forma privada como colectiva.
Transmitir la espiritualidad es recolectar los frutos de la transmisión
recibida, utilizar los ingredientes de la realidad actual y fomentar
las esperanzas para el futuro. Se debe buscar la receta, la forma de
unirlo, que de coherencia y resulte, además, sabrosa y nutritiva.
La transmisión espiritual se debe plantear de forma activa y despierta.
Es un regalo para los niños el disponer de una guía interna
que estructure su sentimiento y que les ofrezca la posibilidad de
tener dónde anclarse interiormente en momentos difíciles.
Los estudios realizados en el ámbito psicológico están confirmando
cada vez más la importancia de los aspectos espirituales
en la buena estabilidad emocional de los niños y de los adultos.
Se está incluso hablando de algún tipo de inteligencia espiritual
que aportaría coherencia y sentido a la vida, y con ello daría
fuerza interior a la persona para superar momentos difíciles
y vivir más feliz. También se afirma que dicha inteligencia se
puede desarrollar.
En el ámbito más íntimo, ¿quién en momentos verdaderamente
difíciles no ha sentido la necesidad de acercarse a algo más grande,
protector y dador de sentido? Ante un pasaje de vida incierto
y angustioso, muchos no creyentes se sorprenden a sí mismos
rezando las oraciones que les enseñaron de pequeños.
Podemos ofrecer a nuestros niños y niñas pautas y recursos para
vivir con mayor plenitud su espiritualidad. Esto les servirá sin
duda para confrontar de forma madura el sin sentido de la vida
y los sinsentidos del día a día. Les dará fuerza en momentos de
sufrimiento. También les aportará capacidad de ser flexibles en
todos los aspectos de su vida, así como confianza en sus intuiciones
internas y en sus valores personales. Les aportará interés y compasión
por sus semejantes y por todos los seres, tanto animados
como inanimados. Será la clave para hallar en sí mismos la fuerza
que dé cohesión a su personalidad, religándoles interiormente
a su Ser Esencial. Les enseñará el camino hacia una felicidad
profunda y duradera basada en lo interno y menos sujeta a las
condiciones y logros exteriores.
Los grandes interrogantes que nos planteamos son: ¿Cómo
favorecer todo esto? ¿Cómo realizar la transmisión de la espiritualidad
natural?
En los siguientes capítulos se
dan pistas para una educación
en la espiritualidad natural. De
ningún modo es una propuesta
exhaustiva ni concluyente. Es
simplemente un esbozo a partir
del cual generar la reflexión personal
y colectiva.
Padres, madres y educadores
están concernidos en primera
persona. Pero es responsabilidad
de todos llegar a fomentar la
libertad personal y la espiritualidad
natural de los niños.
Espiritualidad natural